DE LA REDACCIÓN
En la calle principal de Guadalupe, casi al frente del Mas x Menos, hay un lote baldío, desolado, frío y sin vida; sin embargo, hay algunos que aseguran que, al pasar frente al sitio, en la noches, en medio de la fría brisa logran escuchar una pegajosa melodía.
La música invade a los transeúntes, quienes se ven tentados, como hechizados por un arte popular, a ponerse a dar brinquitos y vueltas en media vía pública.
El ritmo que emana el lugar no es más que el espíritu de Karymar, que se resiste a desaparecer, un espejismo sonoro, un recuerdo de buenos tiempos en la pista ….
Karymar fue la cuna del swing criollo, un baile nuestro, sinónimo de la cultura costarricense, folclor callejero, espíritu urbano.
Una combinación de la cumbia colombiana con el swing de las grandes bandas de Estados Unidos, popularizado en nuestro país por obreros de fábrica y trabajadoras del sexo, quienes, a punta de improvisaciones orgánicas y pasos propios, lo convirtieron casi en un patrimonio nacional.
El swing superó barreras sociales y económicas, seducidos por la pista ricos y pobres.
Luego de 26 años de vida, el local, la famosa pista de baile en la que se lucieron los inmortales Cupido, Gringo y Tito, fue tristemente demolido la semana pasada luego de que los dueños del inmueble decidieran venderlo.
La muerte de Karymar es solo física pues su esencia sigue en pie, su legado continúa con aplomo; lastimosamente este podría extinguirse si aquellos que vivimos y fuimos parte de su historia nos quedamos de brazos cruzados y llorando la pérdida.
No hay tiempo para lutos, la demolición de la cuna del swing debe asumirse como una alerta roja sobre la amenaza que se cierne sobre este baile, nuestro baile.
La misión de mantenerlo con vida no solo deberá ser asumida por las promotoras de esta danza, como Ligia Torijano o la documentalista Gabriela Hernández; los encargados de la cultura deben ponerse a bailar swing .
La ministra María Elena Carballo, quien en algún momento postuló el baile para que se convirtiera en “patrimonio intangible de la humanidad”, debe liderar el rescate del swing criollo.
Dejar que el swing se vuelva un recuerdo, un fantasma tal y como ahora lo es Karymar, sería un crimen atroz y despiadado.
De nosotros depende que la melodía no pierda ritmo y que el espejismo sonoro que invade por las noches aquel rincón de Guadalupe, en vez de desaparecer con el tiempo, retumbe por siempre.
jueves, 2 de abril de 2009
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